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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Anécdotas de Nueva Carteya IX. "¿Quién es más tozudo?"


Cuando escribimos nos esforzamos en hacerlo con corrección: vigilamos la gramática, la sintaxis, la ortografía y la expresión. Sin embargo, cuando hablamos, sobre todo si lo hacemos coloquialmente, nuestro mayor interés es ser comprendidos con pocas palabras, sin atender tanto a la belleza de los términos como a lo que estos sean capaces de transmitir al oyente.


En la anécdota que os traigo hoy, el oyente era un burro, y ciertamente con él funcionó mejor lo que su dueño le dió a entender y el tono con que lo hizo, que cualquier otro argumento.

¿Quién es más tozudo?


Diciembre de 1945.
Andaba Venancio arreando al pobre burro, que tirando exhausto de un carro cargado de aceitunas, vino a negarse rotundamente en la misma puerta de la iglesia.

La casualidad quiso que el señor párroco estuviera  asomado a la ventana, a través de cuyos cristales observó a Venancio asiendo el látigo, seguramente para propinar unos azotes al pobre animal.
No tardó don Froilán ni diez segundos en llegar donde el carro.

-Don Froilán:  Venancio, por Dios, no castigues al pobre burro, que ya sabes que esta especie es tozuda por naturaleza. Mejor deja que te ayude, a ver si tirando entre los dos…

-Venancio:  que NO don Froilán, que no se trata de eso, y hágame el favor de marcharse usted, o el burro no se mueve en lo que queda de día.

-Don Froilán:  A ver estimado feligrés, no me seas tú más burro que el propio asno; si tiramos entre los dos, posiblemente se mueva antes que si lo haces tú solo.

-Venancio:  Ayyy Padre, que le digo yo que hasta que usted no se vaya no anda el burro.

-Don Froilán:  ¡Señor, Señor, pero qué santa paciencia hay que tener con los animales! A ver, Venancio, empujemos los dos a la vez, a ver si podemos…

-Venancio:  Me va usted a perdonar padre, pero veo que no lo entiende. Éntrese usted “padentro” o el burro NO ARRANCA. Padre, que es que a estas alturas, como esté usted aquí le digo yo que el burro no se menea.

Tanto insistió el campesino que al padrecito no le quedó más remedio que dar media vuelta y regresar a su casa.
No había terminado de cerrar la puerta cuando oyó gritar a Venancio mientras restallaba el látigo en el suelo:

-Me cago en D… y su madre la V… y en todos los áng… y los arcán… juntos, que como no andes te voy a meter un melón por el c… que te vas a acordar de tu p… m…, animal del demonio…

Dicho esto, el burro, rebuznó ruidosamente y se puso en marcha sin que Venancio tuviera siquiera que tirar de las riendas.

Don Froilán, que a pesar de haber entrado en casa, había escuchado perfectamente la sarta de improperios, se santiguó sin poder reprimir una sonrisa.

Adelaida Ortega Ruiz.



A todos los amigos que habéis comentado mi entrada "Indefenso"


Hola Emibel, Tellagorri, Ruth, Ana, Sol, Elena, Paco, Mari, Leona... y todos aquellos que habéis comentado o pensábais dejar un comentario en la entrada que he titulado "Indefenso".
 Deciros que en realidad ese no era el relato que yo iba a escribir anoche, pero como otras muchas veces, me guié por impulsos y tecleé las palabras que me vinieron a la mente... las que sentía en esos momentos.
 El relato “Indefenso” está enfocado desde el punto de vista de un bebé en el vientre materno.
 Él no entiende de leyes a favor o en contra del aborto, ni de polémicas feministas ni abortistas, ni de mandamientos religiosos, ni de política de izquierdas o derechas, ni de manifestaciones, ni de votaciones sobre su derecho a la vida, ni de embarazos no deseados, ni de ninguna otra cosa de la que podamos hablar los que tuvimos la suerte de haber nacido un día. Él sólo entiende de algo que es intrínseco a cada vida humana: El instinto de conservación y el deseo de vivir sobre todas las cosas.
Por lo tanto yo no busco que me deis vuestra opinión sobre este polémico tema; sólo he escrito el cuento de un niño cuya vida dependía de los deseos ajenos, y éstos se decantaron por quitársela. ¿Los motivos eran justos? ¿Es asesinato? ¿Es legal? ¿Aborto sí? ¿Aborto no?
No he entrado en ninguno de esos temas, porque como digo, esta era la historia de alguien que no entendía de nada de eso, y que sólo QUERÍA VIVIR.
¿Y por qué escribí anoche este relato en lugar de publicar una de esas historias divertidas que suelo compartir con vosotros?
Pues os lo voy a contar:
 El otro día opiné en contra del aborto en el blog de una amiga bloguera que trataba el tema. Creo que tengo derecho a expresar mi opinión y a actuar conforme a mis sentimientos en cada momento, pero hay alguien que no lo cree así.
Desde que hice ese comentario me están llegando unos mensajes anónimos “aconsejándome” que no comente en el blog de esa amiga y que no la deje a ella participar en el mío.
El último comentario de esta persona anónima (el cual por supuesto no he publicado) me sugiere una amenaza, pues me dice “No me has hecho caso. Voy a tener que enfadarme”.
Como comprenderéis me trae sin cuidado el enfado de alguien que se ampara en el anonimato para coartar la libertad de expresión de las demás personas.
Yo estoy en contra del aborto y así lo expreso, pero también respeto que el que no lo esté lo exprese con la misma libertad que lo hago yo.
Por eso anoche escribí este relato, porque no tolero que nadie me quiera amedrentar para que no de mi opinión o para que no hable de mis sentimientos. Ese anónimo o anónima que dictatorialmente pretende que yo me calle, sólo ha conseguido que hable de algo que tal vez nunca se me hubiese ocurrido escribir.
Y es que amigos… no hay nada como el gusto por lo que quieran prohibirnos.
Adelaida Ortega Ruiz.

martes, 29 de diciembre de 2009

Indefenso.

Aquella habitación era demasiado pequeña y estaba muy oscura, pero de momento tendría que permanecer encerrado y acurrucado en su rincón.

No había mucho que hacer y se aburría… sin luz, sin juguetes, sin abrazos, sin nadie con quien hablar…
Se había acostumbrado a aquel sonido incesante. Era como un grifo que goteaba sin tregua, pero ya no le molestaba. Se había convertido en un compañero de celda que lo tranquilizaba.
También escuchaba voces ahogadas que provenían del exterior. No entendía lo que decían, pero su eco le resultaba familiar, y ya comenzaba a reconocerlas, sobre todo la de una persona que parecía estar siempre presente. Algún día descubriría quien era.

A veces estiraba sus piernas cuanto podía dentro de su estrecha prisión. Necesitaba desentumecerse, ejercitar los músculos para estar fuerte el día que escapara de allí. Lo estaba planeando y lo primero que haría sería abrazar a su madre. Soñaba con ese momento… sentir sus manos, su cariño y ese calor confortable que lo haría sentirse seguro.

Sin embargo hoy estaba preocupado. Sabía que ocurría algo extraño porque la voz que siempre escuchaba sonaba nerviosa… Algo le decía que hablaban de él, de su vida.

Estaban decidiendo si lo dejarían vivir.
-¡Por favor, tienen que dejarme salir! No he hecho nada malo.

Nadie lo escuchaba. Nadie pensó que tuviese algo que decir.
De repente sintió pánico. Un monstruo tanteaba en la oscuridad. ¡Lo buscaba a él!
Quería huir, pero sólo había paredes. No podía esconderse. No podía defenderse.
El frío lo atravesó. Dolía.

Ya sólo había sangre y miedo. Ya no podría salir ni cumplir su sueño.

En el último momento, antes de morir, se refugio en aquel sonido tranquilizador que lo había calmado en sus días de encierro. Nunca supo que era el corazón de su madre.

Adelaida Ortega Ruiz.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Anécdotas de Nueva Carteya VIII. "Actor por vocación".


ACTOR POR VOCACIÓN.

Corrían los años 20 cuando llegó hasta Nueva Carteya un grupo de actores ambulantes. Instalaron sus casetas, sus carros y su humilde teatro de lona con su pequeño escenario, en una gran explanada, y empezaron a recorrer las calles anunciando de viva voz el espectáculo.



Los chiquillos corrían tras ellos, movidos por la curiosidad que generaban los artistas forasteros en el pequeño pueblo, y se asomaban por las rendijas de la lona del teatro, para fisgonear los ensayos de la obra, que tendría lugar al día siguiente.


Anselmo tenía 60 años, pero a pesar de su edad se incorporó a la pandilla de muchachos que seguía a los comediantes, hasta que reunió el valor necesario para acercarse al director. Le contó que durante toda su vida había soñado con ser actor, desde que una vez siendo pequeño, vio la obra de otro teatro ambulante que vino al pueblo. Desde entonces vivía fascinado por el mundo del escenario, así que ahora nada lo haría más feliz que participar en esta función. Aceptaría cualquier papel por pequeño que fuese o ayudaría encantado en cualquier cosa que precisaran. Si le daban esa oportunidad, jamás lo olvidaría.


El hombre lo escuchó amablemente, y lamentó decirle que el reparto estaba cubierto por los profesionales de la compañía. No obstante, había algo que podía hacer: “el papel de Pedro”, que aunque era una aparición más que fugaz, le daría la ocasión de salir a escena unos segundos ante todos sus vecinos del pueblo.


Anselmo se mostró entusiasmado, así que el buen hombre le dio un libreto de la obra, le señaló un breve renglón y le dijo:


-Este es tu papel. Léelo y lo sigues al pie de la letra.


Anselmo le dio las gracias una y otra vez y se marchó a casa leyendo el renglón que le había indicado el director, en el cual decía:


-“Pedro: (Entra, apaga la luz y sale)”.


Y llegó la hora de la función. Anselmo aguardaba entre bastidores a que llegara el momento de su aparición estelar. Los nervios le retorcían el estómago, pero estaba disfrutando de cada detalle como algo único en su vida.


Casi al final del segundo acto, el director le avisó que iba a llegar el momento:


-Venga Anselmo, sal con calma.

Y Anselmo, a la señal del director, salió a escena, se situó en medio del escenario, y muy emocionado gritó a pleno pulmón:


-¡¡PEDRO ENTRA, APAGA LA LUZ Y SALE!!.



Adelaida Ortega Ruiz

domingo, 6 de diciembre de 2009

29 años sin John

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"Allí estaba ese hombre exitoso que, de alguna manera, tenía al mundo por una cadena, y allí estaba yo, por decirlo así, que ni siquiera era un eslabón en esa cadena, sólo una persona que no tenía personalidad. Algo en mí simplemente se rompió. Escuché una voz en mi cabeza que me decía: '¡Hazlo, hazlo!' Y cuando pasó frente a mí, saqué la pistola, apunté a su espalda y apreté el gatillo cinco veces seguidas".

Mark David Chapman


                                                                                      

Eran las 7.45 de una fría mañana cordobesa. El 9 de Diciembre de 1980 yo tenía 14 años y nunca olvidaré la fecha porque aquel día supe que un loco me había robado un sueño, y al mundo le robó un genio.

Llegué con mi mochila a la parada del autobús escolar, y una compañera me dijo “¿A ti no te gustaban mucho los Beatles?… pues creo que han matado al de las gafitas redondas”.


No me lo creí. John Lennon no podía haber muerto, y mucho menos asesinado por alguien... ¿Quien querría matar a un hombre que le cantaba a la paz?
Sin duda mi amiga estaba equivocada, tenía que estarlo, aunque ella insistiera en que lo escuchó en la radio antes de salir de casa.


En cuanto volví a mediodía, encendí la tele y allí estaba... daban la noticia en todas las cadenas: Jonh Lennon había sido asesinado el día anterior al entrar a su casa, cuando regresaba del estudio de grabación acompañado por su esposa Yoko Ono.


Sentí que se apagaba una ilusión en mi vida. Ya nunca podría ir a un concierto suyo como soñaba, ya jamás el mítico grupo volvería a estar completo (faltaba la mitad de su alma), ya no me aprendería más canciones suyas de memoria, ya no habría más imágenes nuevas que agregar al álbum...


Ahora el mundo sólo podría atesorar su pasado, pero nunca más contar con su presente ni esperar su futuro.


Mark David Chapman se lamentaba de no ser un eslabón en la cadena del gigante, del grandioso Lennon. Tal vez su desenfocada mente buscó una forma de unir su nombre al mito, y protagonizó el único acto capaz de asociarlo eternamente a la historia del ex-Beatles: matarlo.
 
Adelaida Ortega Ruiz.











martes, 1 de diciembre de 2009

Historias de la lotería. ¡Que la suerte nos acompañe!



Se buscó en todos los bolsillos, se palpó una y otra vez por encima del pantalón. ¡Nada!



Se había dejado la cartera en casa. Lo peor era que el carnicero ya le había embolsado la carne y la charcutería recién cortada, y ahora le extendía el ticket y esperaba el importe mirándolo sin pestañear y con ambas manos apoyadas sobre las caderas.


-No se lo va a creer. Me he dejado la cartera en casa.


-Le sorprenderían las cosas que tengo que llegar a creerme. ¡Pues usted dirá qué hacemos!


Jorge maldecía el momento en que se le ocurrió comprar en este barrio tan alejado. Debía haberlo hecho en la carnicería de su vecino Pepe, que lo conocía de toda la vida, y le habría dejado pagar al día siguiente.


Miró por tercera vez en los bolsillos interiores de la chaqueta que llevaba doblada sobre su brazo.


-¡Oh! Mire... es un décimo de lotería para Navidad. Yo le diría que me lo acepte como pago, pero no creo que...


-Por supuesto que sí. Prefiero esto que nada, amigo.


Jorge salió del comercio muy turbado. Jamás, en toda su vida le había sucedido algo parecido. ¡Uff! Lo único que lo aliviaba era que ninguna de las señoras que esperaban su turno, le era conocida. ¡Había que ver cómo se callaron todas a la vez en cuanto lo vieron rebuscarse la cartera nerviosamente en los bolsillos!


Bueno... ahora lo inquietaba un poco  el décimo de lotería. Llevaba muchos años jugando el mismo número con todos sus amigos, pero se tranquilizó pensando que al día siguiente iría a la administración de Doña Antoñita y compraría otro igual. ¡No había problema!


A la mañana siguiente, antes de entrar al trabajo llegó a la administración, pero ¡oh sorpresa, no quedaba ni un solo décimo de su número!


-¿Cómo es posible Doña Antoñita, si ayer mismo tenía usted un montón?


-Lo siento mucho Jorge. Miraré por internet a ver si queda en otra administración; es todo lo que puedo hacer por ti.


La señora consultó el número, pero no hubo suerte.


Después de cavilar un poco, Jorge decidió comprar otro número cualquiera e ir a canjeárselo al carnicero de la noche anterior, y así lo hizo, pero...


-No señor, de ninguna manera. Usted me pagó con el décimo y ahora es mío. No quiero cambiárselo... me gusta este.


-Pero verá... es que ese número lo juego con unos amigos desde hace muchos años, y yo le ofrezco este otro en su lugar... ¡Mire, si quiere le doy dos a cambio del mío!


-Lo siento, no hay trato.- sentenció el carnicero -Es mi última palabra.


No hubo nada que hacer.


Jorge marchó pensativo. Seguramente no había de qué preocuparse, porque la suerte nunca les había sonreído en la lotería al grupo de amigos, y no creía que lo fuera a hacer justamente este año.


Y llegó el día 22. Los bombos empezaron a girar y los premios a salir.


El gordo se resistía y Jorge, escuchaba el sorteo por la radio con preocupación. Todo lo que ansiaba era que saliera ya el primer premio para quedarse tranquilo de que su número no era el afortunado.


Y...





No lo fue.


¿Habíais pensado que lo sería?


Pues siento defraudaros, porque el que salió fue este otro:



Bueno, amigos míos, toda esta historia la inventé para deciros que a mí sí que me han regalado este décimo que circula de blog en blog. Ha sido mi amiga Elena y ahora, según me dice ella, tengo que compartirlo con otros cinco amigos.


Pero mejor empleo sus mismas palabras:


"Una vez más vamos a depositar un poco de esperanza en la Lotería de Navidad para que la suerte, a la que queremos tentar, nos favorezca con unos cuantos € que nunca vendrán mal… Este año Z-13 Lotería nos vuelve a regalar un décimo para compartir entre muchos blogs. Algunos ya sabéis cómo funcionó el año pasado. Este año haremos lo mismo con alguna pequeña diferencia."


Asi es cómo comienza el post publicado por Carlos en su blog
Alas de plomo.


Pueden participar todos aquellos blogs que lo deseen, basta con difundirlo entre nosotros, haciendo un enlace al artículo del blog de Carlos, que os dejo aquí. Se trata de compartir y regalar suerte a nuestros amigos, así que también hay que ser generosos con ellos invitando,al menos a otros cinco blogs, a participar con nosotros de esta iniciativa, e incluirlos en vuestro artículo debidamente enlazados.


Una vez realizados estos dos sencillos pasos, debemos dejar un comentario con el enlace a nuestro artículo en el post de "alas de plomo", y desde allí, nos confirmarán el número de participante en la parte proporcional que nos corresponda a cada uno de los que hayan cumplido con lo poquito que se pide.
 
El plazo límite para publicar un artículo será: las 24:00 horas del día 20 de Diciembre de 2009.


El depositario del mismo es la Administración:


Z-13 Lotería, en Gran Vía 36 de Zaragoza.
Tfno: 976 235 769.


De cualquier manera si tenéis dudas podéis resolverlas directamente con un comentario en el blog de Carlos "Alas de Plomo" o enviándole un correo a blogalasdeplomo@gmail.com.

Y dicho todo esto... paso a compartir mi décimo con cinco amigos:
 
http://reflexionesdeemibel.blogspot.com/
http://brisadevenus.blogspot.com/
http://buenamaria.blogspot.com/
http://corraldeltrapito.blogspot.com/
http://poetrya.blogspot.com/

 
 Saludos a todos y ¡SUERTE!
 Adelaida Ortega Ruiz