Related Posts with Thumbnails

miércoles, 30 de junio de 2010

Parece que fue ayer

"Parece que fue ayer cuando al volver del baile de la feria, el 30 de Junio de 1966, mamá, embarazada de 9 meses, me dijo que acababa de ponerse de parto". 


Mi padre, esta mañana, también me enseñó esta antigua foto de cuando cumplí 7 años. Desde la tarde de la foto hasta hoy han pasado 37 años.




La verdad es que tuve suerte, porque llegué a una familia maravillosa con los mejores padres del mundo y entre 4 hermanos estupendos. 


Ahora estoy recordando la ilusión con la que esperé esta fiesta. El pequeño mundo que me rodeaba era para mí el mundo entero aquella tarde… Los jaboncitos perfumados, el sacapuntas metálico con forma de máquina de coser, la baraja de cartas de las razas y familias, el cuento de “La castañera”, la muñeca de época llena de perfume de Avón, la gran tarta de merengue y… mis amigos.


¿Sabéis? Aún conservo todos aquellos regalos. Los guardo como recuerdo de una tarde muy feliz.
Hoy cumplo 44 y no pido nada para mí, salvo la felicidad de los que amo y que, dentro de mucho tiempo, pueda seguir mirando estas pequeñas cosas y sonreir como lo hago ahora.

miércoles, 16 de junio de 2010


Hola, queridos amigos.
Aunque esta semana ando escasa de tiempo, no podía dejar de animar a nuestra selección, que debuta hoy en el Mundial.

Ojalá nos den muchas alegrías y nos hagan a todos sentirnos UNO bajo estos colores que representan a España, que nos representan a todos, y si el motivo es el fútbol, bienvenido sea.

¡¡Suerte España!!

viernes, 4 de junio de 2010

¡Mierda, mierda y mierda!

Nunca creyó en gafe ni superstición alguna. Le causaba risa la gente que se preocupaba cuando se rompía un espejo, cuando se derramaba la sal o cuando se cruzaba un gato negro. Se burlaba de las  madres que ponían a sus bebés una prenda del revés o le prendían en la ropita una cruz de Caravaca para prevenir el mal de ojo. Por eso aquella tarde al salir del trabajo, quiso demostrarle a su compañero Carlos que todas esas creencias eran mera superchería.
-Fíjate Carlos: ¿Ves aquella escalera apoyada en la pared? Voy a ir hasta allí expresamente para pasar por debajo.
Luego llegó a casa, cenó, vio un poco de tele y se acostó temprano.
A las 7:40 de la mañana abrió los ojos y miró el despertador. ¡No podía ser cierto! Tenía que haber sonado a las 7 en punto, pero por alguna extraña razón el reloj permaneció mudo.
¡Mierda!
Corrió como el rayo. Sólo tenía 20 minutos para llegar a la oficina, así que tuvo que dejar de lado la ducha matutina, el afeitado, el desayuno y hasta lavarse los dientes.
Se puso a toda prisa su traje gris oscuro y su mejor camisa; quería causar buena impresión en la reunión aquella mañana, porque si gustaba su proyecto tal vez cayera ese ansiado ascenso que esperaba desde hacía tiempo…
Bueno… Metería la maquinilla de afeitar en el maletín y se afeitaría en el lavabo de la oficina.
Bajó al garaje y… ¡Mierda! El coche no arrancaba. ¿Cómo podía sucederle todo precisamente hoy?
Abrió el capó y se asomó a ver qué demonios pasaba allí dentro,  pero tuvo buen cuidado de apoyar su corbata de seda amarilla sobre su hombro. Por nada del mundo quería manchársela.
El nivel de aceite estaba bien, el agua correcta…  y la corbata resbaló. ¡Mierda!
Bueno… mantendría la chaqueta abrochada para no dejar ver la mancha. ¡Todo tenía arreglo!
Salió a la calle apresuradamente.  Llovía de forma torrencial. Se quitó la chaqueta y la echó sobre su brazo con cuidado; no quería que se mojara. Tendría que correr hasta la parada del bus. Hacía años que no lo cogía y ni siquiera sabía qué línea iba hasta su empresa.
¿Quién le habría mandado a él borrarse del gimnasio? Llegó a la parada con la respiración entrecortada, la lengua fuera, la camisa transparente de agua y adherida al cuerpo y el largo mechón de pelo, que siempre colocaba estratégicamente sobre su calva, descolgándose ridículamente hasta la altura del hombro.
Sólo faltaban 5 minutos para las 8 de la mañana y si no ocurría un milagro, sería la primera vez que llegara tarde en 20 años.
La señora que estaba sentada en la parada le dijo que la línea 4 acababa de marcharse justo cuando él llegó. ¡Mierda!  ¡El bus que él tenía que coger! Tendría que esperar al siguiente…
Se sentó para recuperar el aliento. Fue entonces cuando percibió el olor de sus axilas. Debería al menos haberse puesto desodorante…
Bueno… mantendría los brazos apretados todo el día. ¡Todos los problemas fueran como ese!
Cuando subió al autobús no encontró un solo asiento libre y tuvo que quedarse de pie. Los vaivenes lo zarandeaban, retando a su equilibrio, pero él no iba a levantar los brazos para agarrarse… La chaqueta sobre un brazo, bien alejada de la mancha de grasa de su corbata, que ahora, con el agua de la lluvia, se había extendido sobre su camisa y  llegaba hasta la cremallera del pantalón. En la otra mano y delante de su prominente barriga el maletín, para ocultar los negros lamparones.
Por fin quedó un asiento libre junto a una señora que tenía sentada a una niña pequeña en su falda. Fue en el preciso momento en que acomodó la chaqueta dobladita sobre sus piernas, cuando la niña vomitó.
¡Mierda! ¡La chaqueta!
A las 8:17 exactamente llegó a la oficina sudoroso, mojado y muy nervioso.
La reunión sería en 13 minutos, y aún tenía que ir al baño a afeitarse, limpiar la chaqueta y disimular su calva con el mechón, tomar un café y grabar unos archivos del ordenador para la presentación de su proyecto en la reunión.
Se dirigió primero a su mesa y encendió el ordenador.
¡Mierda! ¿Qué le pasa al ordenador?
Bueno… menos mal que tenía un borrador en su pen-drive. Lo proyectaría directamente en la pantalla de la sala de reuniones. No había que desesperarse.
A toda prisa aplicó una buena cantidad del fijador que siempre llevaba en su maletín sobre el mechón rebelde, limpió la mancha de vómito de la chaqueta y se la puso empapada y con un nauseabundo olor, la abrochó y se miró al espejo. Tuvo que admitir que su aspecto dejaba bastante que desear, pero ya no le quedaba tiempo para afeitarse. ¡Con lo limpio y perfumado que iba él siempre a la oficina, y hoy precisamente…!
Camino de la sala de juntas le quedó un minuto para sacar un café de la máquina. Se lo bebió de un sorbo apresurado y se quemó la lengua hasta la campanilla, pero ese, en breves instantes, pasaría a ser el menor de sus problemas.
Saludados el director general, accionistas, jefe de márquetin, jefe de ventas y personal directivo, inició su charla.
32 pares de ojos lo escrutaban minuciosamente mientras enumeraba los objetivos a alcanzar  y explicaba la viabilidad de su proyecto. Se sentía un poco incómodo, porque todas aquellas  miradas, más que a su cara se dirigían a la gran mancha de su chaqueta. Acto seguido sintió el primer retortijón.
Esa mañana con las prisas no había “dado de vientre” y ya sabía él que sus tripas eran como un reloj suizo: 5 minutos exactos después del café daban la primera campanada.
 ¡Esto sí que era una auténtica mierda!
Empezó a ponerse blanco y un sudor frío le goteó por la frente. Lo siguiente que notó fue un cosquilleo sobre su oreja: con el sudor el mechón se había desprendido de su calva y sus 20 centímetros engominados se balanceaban en caída libre sobre su hombro. A duras penas mantuvo la compostura mientras intentaba aparentar naturalidad.
Se dirigió entonces hacia su maletín que había dejado en el suelo, apoyado sobre la pata de una silla. Se agachó en busca de su pen-drive y con la postura… ¡Aquello sonó como un cañonazo!.
Lo peor vino a continuación, cuando los efectos secundarios del ventoso escape empezaron a flotar en el aire de la sala. 
Su color de cara cambió súbitamente del mortecino blanco al rojo más vivo.
¡Ante todo mantener la calma! De aquella presentación dependía su próximo ascenso.
No podía seguir en tan comprometida posición, así que se irguió y colocó el maletín sobre la mesa. Entre la maquinilla de afeitar, la gomina y algunos papeles, apareció por fin el pen-drive. No quería ni pensar en el lamentable espectáculo que estaba dando.
Con manos temblorosas  introdujo el dispositivo  en el ordenador, conectó el proyector y abrió la carpeta de archivos. Maldijo su tonta manía de renombrar sus archivos no definitivos con nombres de mujer. ¿Qué  le había puesto al borrador inicial, Marta, Ana, Lola o María? Ahora era incapaz de recordarlo.
Probó con Lola.
En la gran pantalla de 2 x 2.50 m. aparecieron a todo color los mejores top-less que había tomado con su móvil el verano anterior, en la playa… Una absurda apuesta entre compañeros de trabajo. Ya había olvidado que los conservaba en el pen-drive.
¡Mierda, mierda y mierda!
El que crea que no hay rojos más intensos que el rojo vivo se equivoca. Su cara pasó por toda la gama mientras escuchaba las carcajadas.
Una hora después salió del trabajo. Su jefe le recomendó que se tomara unos días de descanso.  
Iba caminando despacio hacia la parada del bus, cuando vio la escalera de la tarde anterior y dijo en voz alta…
¡Mierda!
¿Qué habrías  pensado tú?

Adelaida Ortega Ruiz.