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jueves, 14 de julio de 2011

1925

Entró en silencio, de puntillas, y aprovechó que dormías para instalarse. Notaste su presencia cuando empezó a robarte, lenta, muy lentamente.
 Luchó contra tu voluntad y le costó vencerte. Resististe aún cuando se había llevado la última gota de tus fuerzas y hasta tu voz. Sabías que lo haría, pero no dijiste nada; no quisiste asustarnos con tu miedo.


Tu mano, entre las mías, se fue quedando fría.


Ahora que vives en mis persistentes recuerdos, intento repasar uno a uno los momentos, y en ninguno de ellos puedo hallar falsedad, desconfianza o egoísmo. En tu foto no hay negativo porque tú no eras reflejo, sino esencia. Nunca existió un “no puedo”; jamás te quedaste sentado si te necesitábamos.


Eras, eres, serás siempre para mí la definición más pura de la palabra BUENO.


Puntual y sencillo, de tu campo visual escapaba con facilidad lo superfluo. Trabajador incansable y ejemplo de honradez, quien te conoció sabe que tu conciencia del deber era mucho más que un sentido… era tu propia naturaleza.


Te gustaba que te leyera mis historias. La última la escuchaste con los ojos cerrados una tarde de finales de mayo, cuando el ladrón te había despojado de la última esperanza. A pesar de ello vi brillar ese orgullo que siempre me demostrabas. Yo también estoy orgullosa de ti; siempre lo estaré.

Adelaida Ortega Ruiz