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domingo, 1 de noviembre de 2009

Aventuras y desventuras de un playero de secano. (4ª y última parte).

En este último capítulo, he reflejado “al pie de la letra” algunas de las expresiones que mi playero usa en su narración de los hechos.
Como buen andaluz, es “mu exagerao”, así que imploro el buen entendimiento de los lectores, que en anteriores episodios ya me tacharon a mí de villana malvada y al protagonista de héroe y mártir. Un poco de piedad, que ya digo que es mu exagerao.
Espero haber conseguido al menos la sonrisa de quien lea estas viejas aventuras acaecidas en Torremolinos, en 1987 . Os puedo asegurar que no sonrisa, sino carcajadas disfrutamos aún quienes lo oímos contarlo de viva voz.


Y la Playa vino a mí.

Capítulo aparte merecen las salidas vespertinas.
Me gustaba subir con mi novia hasta el pueblo y tomarnos unos marisquitos en “La Chacha” o unas crepes en “La vaca sentada”, pasear por la bulliciosa calle San Miguel y, por último, bajar de nuevo hasta la playa y contemplar desde lejos el reflejo de la luna sobre el agua, pero desde lejos…
Una tarde, dando una vuelta por el paseo marítimo, nos llamó la atención un letrero luminoso en el que se leía intermitentemente MINI-GOLF - MINI-GOLG - MINI-GOLF…


-¿Echamos una partidita?- le propuse a mi novia.


-¡Vale! Pero creo que esto es para niños…


En la taquilla había una señora mayor haciendo ganchillo. Mi novia enseguida entabló conversación con ella y la mujer le enseñó la “rosilla” de hilo que estaba tejiendo, al tiempo que comentaba que ella era muy “GROSSERA”, porque le gustaba mucho hacer “GROSSÉ”.


Hicimos un esfuerzo para mantener la seriedad que requerían las circunstancias y le pedimos que nos explicara en qué consistía lo del mini-golf. La anciana nos vendió las dos entradas y nos dijo: “El circuito consta de ocho hoyos y tienen que ir haciéndolos por orden. El primero está justo aquí delante y el octavo es este de detrás de la taquilla. Cuando la pelota entre por el agujero del último hoyo, cae a este cesto que tengo aquí dentro con pelotas, y ya acaba el juego”.
Después nos dio dos palos y dos pelotitas y comenzamos ansiosos la partida.


El primer hoyo fue “coser y cantar”, pero la dificultad se iba incrementando a medida que avanzábamos. En el cuarto hoyo empecé a aburrirme esperando que mi novia colara. Me ofrecí para ayudarla, pero ella quería hacerlo sola. En el sexto me arrepentí definitivamente de haber entrado al mini-golf.
El octavo y último tenía una pista de unos cinco metros de largo y con una pendiente bastante pronunciada, rematada en un círculo en cuyo centro estaba el agujero.
Yo, habiendo colado la última pelota, acabé mi partida y entregué mi palo, pero mi novia aún seguía afanada con el suyo. En la primera tirada no consiguió meter la pelotita. La segunda y tercera tampoco. En la novena no pude menos que darle ánimos. Llegada la decimoquinta, para entretenerme, entablé conversación con la señora de la taquilla, la cual dijo “¿Se resiste la pelotita, no?”.
¡Qué amable era la señora y qué amigos nos hicimos! Recuerdo que apoyaba unas gafas en el borde de su nariz, y siendo tan “grossera”, la rosilla que tenía cuando compramos las entradas se había convertidoya en una colcha para una hija casadera.


Mi novia se mantenía impertérrita en su empeño de colar la bolita. Ignoro cuántos golpes llevaba ya, pero seguro que había batido todos los record. Considerando que la cola que venía detrás, por ser niños pequeños, sus padres decidieron irse a acostarlos, la señora del mini-golf optó por indicarme donde estaba el interruptor de la luz, darme la llave y cuando acabara mi novia, que hiciese el favor de apagar y cerrar el negocio, cosa que no hicimos porque a las 10 de la mañana la señora estaba de nuevo allí y mi novia aún no había metido la pelotita.


La noche siguiente disfrutamos de una suculenta cena que rematamos con un postre en “La Vaca Sentada”. Todos pedimos crepes…
Las había de distintos sabores. La mía era de chocolate y haciendo una excepción, ya que era norma no mezclar varios ingredientes, el cocinero me echó un chorrito de Cointreau en el chocolate.


Luego unos cubatitas en el “Orlando”. Unos diez minutos después de llegar, la crepe comenzó su ebullición en mi estómago. No sé qué me pasó, pero me vi en la urgencia de buscar un inodoro, excusado, servicio, wc o lavabo donde poder dar rienda suelta a tal efervescencia. Un poco apresurado… ya sin tiempo y sintiéndome muy apurado, a duras penas llegué al ansiado trono, y apenas le hube dado la espalda a éste, adoptando la postura idónea para el escape, no me dio tiempo más que a bajarme el pantalón y apenas pasó la cinturilla del mismo, cuando me llegó la inspiración muy rápida (ya la hubiese querido Picasso para una de sus obras), y como si se tratara de una gala de O.T… saqué todo lo que tenía dentro.
¡Qué noche más mala, Señor! Me la pasé entera del baño a la placa de esponja y de la placa de esponja al baño. ¿Me quedarían más cosas por sufrir?


Cuando hablábamos por teléfono con mi madre, mi novia le contaba lo bien que lo estábamos pasando. Yo asentía con la cabeza, porque no tenía palabras…


Así continuaron los días de vacaciones en los que no me salvé ni uno sólo de acudir a la odiosa playa. Tan sólo hubo un día a finales de Agosto que amaneció encapotado y ¡Oh, alabado sea el cielo! Dedicamos el día a pasear tranquilamente. Pero los dioses estaban confabulados en mi contra, por lo que aquel día en que yo no fui a la playa, la playa vino a mí, lo mismo que Mahoma con la montaña.


Serían las 11 de la noche cuando llegamos al apartamento huyendo del fuerte viento, de los truenos y los relámpagos. La tormenta era inminente.
Yo jamás había visto una tormenta tan virulenta, y menos desatada sobre el mar. Desde la terraza observábamos los relámpagos encadenados que iluminaban el cielo terroríficamente.
Comenzó a llover con una fuerza terrible. Aquello era una tromba de agua. La verdad es que pasamos miedo, porque el mar había llegado al mismo paseo marítimo y las grandes olas rompían contra los chiringuitos y los kioscos del paseo. Contemplamos como muchos de ellos eran arrastrados por la fuerza del agua, y lejos de amainar arreció, y el agua subió a más de 1 metro de altura debajo mismo de nuestra terraza del primer piso.
Los coches aparcados empezaron a flotar. Fueron momentos de pánico cuando una chica que conducía su coche se quedó atascada sobre un montículo muy alto de césped del aparcamiento. La pobre, aterrorizada, pedía socorro por la ventanilla y nosotros le gritábamos que no se bajara, porque el agua la engulliría. Por suerte el coche permaneció allí y no fue arrastrado.


Tan perplejos estábamos asomados, mirando el espectáculo, que no nos dimos cuenta de lo que pasaba en nuestro propio apartamento hasta que el agua empezó a mojarnos los pies. A nuestra espalda avanzaba presurosa una cuarta de agua que provenía del baño y tras inundar todas las habitaciones, se abría camino hasta la terraza. Los bajantes del edificio de diez plantas habían reventado y toda el agua salía con el ímpetu de las cataratas del Niágara por el techo de nuestro cuarto de baño.
Aquello era de locos. Sólo había un cubo en el apartamento, así que cada uno achicaba agua como podía, con vasos, cacerolas… Las “colchonetas multiusos” y las pelotas hinchables flotaban por el salón mientras todos nos apresurábamos a echar agua a la calle, pero aquello era imparable. El agua entraba con mucha más velocidad que nosotros la expulsábamos. Las placas de esponja donde dormíamos hicieron una labor estupenda, ya que absorbieron el cien por cien de su capacidad. En medio de aquel caos se me ocurrió preguntarme dónde dormiríamos aquella noche, pero no era el momento adecuado para buscar ese tipo de respuestas.
Aquello me dio una idea estupenda. Las colchonetas multiusos, llamadas familiarmente así porque lo mismo servían para dormir que para la tomar el sol en la playa o flotar panza arriba en el agua, tendrían su enésima aplicación esa noche: Se me ocurrió acoplar una de ellas a la trampilla del techo por donde caía el agua y dirigir el otro extremo al WC.
¡Funcionó! El agua que caía iba directamente al inodoro y así paramos aquella riada descomunal dentro de la vivienda.


¡Para una vez que no fui a la playa… la playa vino a mí!


La mañana siguiente amaneció radiante. Mirando aquel sol estupendo, lo de la noche anterior parecía una pesadilla irreal.
Me asomé a ver qué tal estaba mi coche. Era un SEAT 124 granate, de cuarta mano, que mi novia y yo acabábamos de comprar, y en el que sólo se podía escuchar a Joaquín Sabina porque la cinta se negaba a salir. No hace falta decir que nos aprendimos las canciones de memoria.
Por fortuna estaba intacto, allí aparcado junto al Mercedes impresionante de un árabe, cuya esposa se afanaba en sacarle brillo con un cubito y un trapito. Yo no iba a ser menos, desde luego, así que bajé a sacar brillo también.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que el agua del cubo se teñía de rojo. “¿Qué pasa aquí?” La bayeta amarilla también se puso roja después de frotar el techo del coche, y cuanto más frotaba más roja se ponía “¿Qué es esto?”.
A la vieja pintura maltratada por los años de sol, sólo le faltó el remojo en agua marina. El coche quedó de un bonito tono mate… y es lo que yo digo… “que la playa mejor de lejos”.

Fin.


Nota: Ilustro el relato con una foto de aquella noche. Corresponde exactamente al tercer hoyo.

15 comentarios:

  1. Adelaida, es buenísimo el relato. Lo haces muy bien y muy entretenido. No dejes de escribir en este estilo. Podrías publicar una novela a poco que se te ocurran unos cuantos hechos diferentes.
    Felicitaciones

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  2. Uf, después del golf eterno con la señora grossera y simpática, rematas con diarrea aguda y el Diluvio Universal sin contar con el coche descolorido ¿y eso no es sadismo? Jajaja, me he divertido con el mártir, ¿dónde lo llevaste el próximo verano? Espero que al Sahara, seco, nada lluvioso y con el mar a cientos de km, se lo merece. Saluda de mi parte al gran protagonista de estas playeras aventuras. A tí gracias por estos relatos a orillas del mediterráneo, bsito, me largo a Berlín con mi mártir particular, natalí

    Ah! y felicidades por los prémios, auguro que no serán los únicos que te lluevan, jajaja, me dejaste empapada con el chaparrón.

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  3. Gracias Tellagorri.
    Me enorgullecen tus palabras.
    Tu visita siempre es un honor para mí.

    En cuanto a la novela... tal vez algún día...

    Saludos.

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  4. Me a encantado el relato , muy divertido .
    Sigue escribiendo para deleitarnos con tu arte.

    Te deseo un feliz comienzo de semana.

    Besos y un abrazo.

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  5. Hola Natalia.
    ¿Todavía por aquí? Te imaginaba haciendo el equipaje, lejos ya de estos mundos de letras.

    ¡Qué alegría me traen siempre tus comentarios!

    Gracias, amiga, y aunque ya te mandé besos para tu viaje, llévate otros cuantos.

    Hasta la vuelta.

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  6. Hola, que cosas más ocurrentes y bonitas nos cuentas. Que noche pasaría la criatura.
    Tu estilo jugando al golf no es malo pero hay que perfeccionarlo. jajajajajaja. tu al menos sabes coger el palo. Un saludo y es muy grafo leer tus historias. hasta otro ratico.

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  7. Qué pena que hayas terminado con el playero.
    Tú métele los dedos a ver si nos deleitas con otros episodios, son impagables.

    Un besote.

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  8. jajajajaja
    Paco... mi estilo agarrando el palo no era malo, pero lo de meter la pelotita era ya otro asunto.

    Con los años me he perfeccionado, no creas.

    Un beso.

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  9. Elena, a ti te da pena que haya terminado con las aventuras del playero, pero él en aquel tiempo vio el "cielo abierto" cuando acabaron, te lo aseguro.
    ¿Te parece poco todo lo que le pasó? Pobrecito mío.

    Besos apretaos.

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  10. Je, je! Qué cosas...!
    Toda la familia de mi padre es "boquerona" de Torremolinos, lugar al que -como es lógico- cada dos por tres, caía yo desde niño. Efectivamente, la calle de San Miguel, el Calvario -Calzados la Bomba hacia arriba- o la playa del Bajondiyo, eran lugares habituales en los que, además, hacían vida y trabajaban todos mis tíos. Mi abuela -ya falleció- vivió siempre en la Carihuela y es cierto lo que dices. En la calle de Los Perros número cuatro, en una antigua y diminuta casa de pescadores, cada vez que el mar se agitaba, todos los muebles salían hacia el Mediterráneo y la playa se trasladaba a su sala. Cada dos por tres.
    ¡Cuántos recuerdos me has evocado!
    __________

    Un beso.

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  11. ¡20 seguidores en tan breve espacio de tiempo!
    Me alegro pero... je!, cuidado!, esto engancha, Adelaida...!

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  12. Hola Pepe.
    ¡Y tanto que la playa se traslada a las casas!

    Yo nunca había visto algo así, porque por mi pueblo, cuando hay tormenta, sólo nos cae el agua del cielo, pero allí se juntaba con la del mar.

    ¡Y mi madre que quería el apartamento en primera línea de playa!
    Tan en primera línea que las olas rompían en la puerta del ascensor.

    Un beso.

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  13. De un tirón me he leido las 4 aventutas de tu sufrido playero.Desternillantes.
    Un beso.Laura

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  14. Jajajaja!!
    Pues estas sí que son reales, Laura.

    Las cuento como pasaron.
    Me alegro que hayas pasado un rato divertido.

    Un beso.

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