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lunes, 19 de octubre de 2009

Aventuras y desventuras de un playero de secano (2ª parte)

No siempre es fácil comprender los gustos, aversiones, afinidades o recelos ajenos. Así pues, he querido narrar estas andanzas en primera persona para acercarme mejor a sus sentimientos.


LA TABLA DE WINDSURF

El segundo día amaneció irremediablemente con los mismos proyectos playeros. Entonces sucedió algo que tal vez me arreglaría la jornada… al menos era una alternativa a pasármela en la misma tortura que el día anterior: Uno de mis cuñados vino diciendo que unos metros más allá había un hombre alquilando tablas de windsurf, y me propuso alquilar una entre los dos. Yo le dije que no sabía nada de surf y menos aún de windsurf, ya que sólo lo había visto practicar en la tele. Sin embargo mi cuñado aseguró que tenía algunas nociones y que era más fácil de lo que parecía. Tan seguro se mostró que me convenció de inmediato. Acto seguido fuimos a hablar con el señor de las tablas, seguidos por toda la expectante familia, que venía dispuesta a vernos partir mar adentro, impulsados por el viento.


El señor se ofreció a darnos unas instrucciones básicas del manejo de la tabla y de la vela, pues dijo que si no éramos iniciados nos iban a resultar de gran utilidad, pero mi cuñado repitió que no era preciso, pues él conocía bastante bien toda la teoría, y acto seguido nos ilustró al arrendatario y a mí con algunos conceptos como “babor”, “estribor”, “proa” y “popa”, y con tanta soltura lo decía que parecía ser todo un experto. Aquello me dio confianza.

Estábamos impacientes. Ya nos veíamos a lomos de aquel artefacto y navegando a velocidad de vértigo.


De este modo, cargamos entre los dos el artilugio que parecía pequeño desde lejos, pero que unido a la vela, tenía una considerable envergadura. La tabla medía unos tres metros y medio, y la vela se componía de un mástil de aproximadamente cinco metros de alto y una tela impermeable con una superficie superior a 6 metros cuadrados. En la tabla había una especie de estribos semicirculares para anclar los pies, y el mástil se unía al casco por su extremo inferior con una pieza articulada, que era extraíble.

Nos adentramos con aquello a pulso hasta que el agua nos llegó a la cadera, y mi cuñado se dispuso a subir, no sin antes despedirse con la mano del resto de la familia que aguardaba en la orilla.

Yo le sujeté la tabla para facilitarle que montara.

-¡Bueno cuñado, que me voy pa Marruecos, Vuelvo en media hora!-. Dijo con humor mientras se impulsaba para subir. Tanto impulso tomó, que por un lado saltó y por el otro cayó de cabeza, para el cachondeo general de los espectadores.

¡Bueno, al fin y al cabo sólo era el primer intento!

Después de las consabidas risitas y el guaseo de la familia, decidí intentarlo yo, a ver si tenía más suerte. A mí no me iba a pasar lo mismo, porque yo tomaría el impulso exacto.

Sin embargo no me di cuenta de que nos habíamos ido adentrando, y el agua ahora nos llegaba casi por la cintura. Di un gran salto sin recordar mi maltrecho bañador, el cual andaba mal de elásticos y no pudo aguantar la sacudida, por lo que en el mismo aire me percaté de que me habían quedado al descubierto aquellas partes que nunca vieron el sol. Ya era tarde para volver atrás, así que me frené como pude y caí de mala manera. Quedé tumbado “de panza” sobre la tabla, con el bañador trabado a la altura de las rodillas. Sólo fue una fracción de segundo, pero lo primero que me pasó por la cabeza fue que mis suegros estaban contemplando la escena.

Por fin caí al agua, me subí el bañador y salí a flote. Miré hacia la orilla y todos estaban partidos de risa. Para colmo, empecé a notar que éramos el centro de atención en aquella zona. Vi que algunas personas se habían levantado de sus toallas y se acercaban para mirar.

¡Aquello se había convertido en un espectáculo!

Le cedí de nuevo el turno a mi cuñado, pero decidimos retroceder un poco para que el agua estuviera más baja. En el traslado de la tabla, que dicho sea de paso, estaba llena de desconchones y hendiduras, no nos dimos cuenta de que habíamos enganchado el bañador de una señora que nadaba cerca. Debía tenerlo pasado de lejía, porque al tirar, la lycra se deshizo como una “carrera” en unos pantys. En un santiamén su bañador quedó convertido en un bonito “trikini con transparencias”.

Así continuamos con los sucesivos intentos. ¡Había que tener calma! Una vez que consiguiésemos auparnos, según mi cuñado, lo de navegar sería “pan comido”.

No recuerdo cuántos fueron en total; lo que sí recuerdo es la vez que conseguí erguirme triunfalmente sobre aquel caballo marino, y ya, todo sería cuestión de tirar de la cuerda y levantar la vela. Los aplausos y gritos de ánimo del público eran unánimes.


Tengo que aclarar, que poco a poco se habían ido uniendo más espectadores. A aquellas alturas se podían contar entre cuarenta y cincuenta personas de pie en la orilla… y aumentando, porque desde lejos se veía tanto tumulto, que la gente acudía a ver qué pasaba. Había extranjeros, mujeres, abuelas, niños y hasta dos monjas… todos jaleándonos y pasándoselo en grande. En cambio, nosotros, que habíamos pensado al principio que una hora iba a ser poco, a los 25 minutos estábamos deseando entregarle la tabla a su dueño, pero había que mantener el pabellón alto, así que nada de abandonar a medias.

Equilibrado por fin y con los pies separados y bien anclados en los estribos, procedí a recuperar cuerda para izar la vela, pero ésta llevaba tanto tiempo flotando, que se había cubierto de agua, y debía pesar sobre cien kilos. Pero allí estaba yo… fuerte y dispuesto… Tiré con tal brío, que en lugar de elevar la vela, se salió el mástil de su anclaje, y con la misma fuerza que yo le tiré me golpeó el palo allí… sí, allí mismamente. El golpe hizo carambola en cuatro bolas; en las dos primeras directamente, y las otras dos se me salieron de las órbitas oculares.
Después de caer inerte, el fresquito del agua me reanimó bastante.

Con la vela tuvimos bastantes desavenencias. En una ocasión mi cuñado consiguió mantenerla vertical el tiempo suficiente para que se hinchara de aire, pero aquel inesperado empujón y sentir la tabla desplazarse súbitamente, era una experiencia para la que no estábamos preparados, así que al cabo de dos metros y medio mi cuñado cayó al agua, y esa fue la distancia más larga que pudo recorrer. ¡Él… que quería ir a Marruecos!

Entre tanto hubo muchas personas que se acercaron a darnos consejos o a curiosear desde cerca. Hubo un señor que nos dio unas instrucciones algo confusas, pero parecía estar tan convencido que le prestamos atención. Después le preguntamos si llevaba mucho practicando windsurf, y nos respondió que no, que en realidad lo que tenía era una barca y se paseaba mucho en el pantano. Debió pensar que era lo mismo.

El que recuerdo con más consternación fue un hombre corpulento, ancho de espalda y con una tupida barba negra. No dejaba de nadar alrededor y sonreía tímidamente. La vela le cayó varias veces a unos diez centímetros de la cara, y en cada ocasión nos decía que por favor nos alejásemos un poco. La verdad sea dicha, a juicio nuestro era mucho más fácil que se alejase él nadando que no nosotros con aquel artefacto. Cada vez que la vela caía casi rozándole la cabeza se oía a los espectadores murmurar al unísono “Uuuuuyyyyyy”.

No entendíamos porqué no se alejaba. ¡Allá él si no quería irse!

Lo comprendimos unos minutos después, cuando el caballero, consciente del peligro que corría, empezó a agitar ambos brazos como pidiendo socorro. Acto seguido aparecieron dos fornidos jóvenes que entraron en el agua, lo agarraron cada uno por un brazo y lo sacaron hacia la playa arrastrándolo como a un muñeco con las piernas de trapo. El pobre hombre no tenía apenas movilidad en sus extremidades inferiores, y seguramente usaría muletas para andar. Todavía no se me ha olvidado la vergüenza y el apuro que pasamos.

Por fin se cumplió el tiempo de alquiler y devolvimos con gran alivio la tabla a su dueño. Desde entonces prefiero verlas en televisión o en fotos.

Una vez hubimos acabado, se disgregó el público asistente, no sin antes felicitarnos por nuestro empeño sin parangón y agradecernos con un aplauso el buen rato que habían pasado.

Mi novia me esperaba muy contenta. En cuanto solté la tabla me dijo que al día siguiente íbamos a alquilar una barca a pedales, ella y yo… solos mar adentro… con el viento y el sol como únicos compañeros… No sé si me cambió la cara de color, pero esa es otra historia que
el próximo día contaré…

Adelaida Ortega Ruiz

22 comentarios:

  1. Experiencias hacen vida y aliñadas con humor...mejor que mejor...
    Un beso.

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  2. Adelaida, las desventuras en primera persona de este martir me tienen fascinada. Un calvario es lo que pasa con el dichosa tabla que por poco no le deja tullido, ayyy, qué pupa. Y la masa divertida a sus costillas, para matar al cuñado. Poooobre infeliz, desnuda señoras, asesina bañistas o casi, y encima le aplauden. No seas cruel Adelaida, apiadate, concédele un chiringuito y una birra en la sombra, te lo pido por los dioses paganos verdaderos.
    Pero, no, tú malvada, le deparas el patín en elta mar.
    Sigue con los suplícios, que me parto de risa, además está escrito que se lee en un plis plas, divertidísimo, bsito del Quinto pinto andorrano, natalí

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  3. Por Dios, ni los hermanos Marx.
    ¡Qué pechá de reir!
    ...y tú en la orilla partía de la risa, no tienes perdón, jajaja...

    Un besote.

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  4. Qué divertido Adelaida.

    Yo es que lo vivo. Me lo imagino y más gracia me hace:)

    Vengo a contestarte por aquí al ser lo más directo, así que vamos allá:

    En MIC-de wordpress-el blog que tengo actualizado, debajo de la fotografía de cabecera y en el lateral derecho, arriba, pone RSS post. Si pinchas ahí, te da la opción de tener el blog en tu barra y así verlo facilmente.

    Un salu2 cariñoso desde el Sur de España.

    Luisa

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  5. Ana, y que lo digas.

    Las vivencias son los condimentos que dan un sabor especial y distinto a cada existencia.

    Besos.

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  6. Hola Natalia, pues si a ti te tienen fascinada estas desventuras, tendrías que ver al protagonista de las mismas, que desde que las lee en el blog anda todo el día detrás de mí... "Oye... cuenta lo de...", "No te olvides de añadir lo de..." o "¿Te acuerdas de cuando...?".
    Esta misma tarde me he reído de lo lindo, porque lo más gracioso es "verlo" a él contarlo, y digo verlo porque los gestos que hace son toda una narración en sí mismos.

    Yo tenía pensado terminar la saga el la 3ª parte, pero en vista de que no deja de recordarme cosas... tendré que añadir una 4ª.

    jajajajaja! Es que todavía me estoy riendo de la sesión que me ha dado esta siesta.

    Besos y gracias una vez más por tus visitas.

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  7. Hola Elena.
    Me alegro de que estas aventuras sirvan para pasar un rato agradable.

    A veces cargamos demasiadas preocupaciones en la vida, así que de vez en cuando viene bien aligerarse con un poco de humor.

    Un besote muy gordo.

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  8. Hola Adelaida.

    Me a encantado asomarme a tu ventana de tus sueños , gracias por tu paso por mi blog , por haberme dado la posibilidad de conocer el tuyo.

    Decirte que me encanta tu forma de redactar con esa pizca de humor característico que tienes , me has hecho sonreir en el transcurso del relato.

    Me quedo para seguirte , te dejo un saludo cordial y un beso.

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  9. Gracias Vicki por tu visita y por tu comentario. Me alegra mucho que hayas venido.

    Tu blog es una auténtica gozada.

    Un abrazo y hasta luego.

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  10. Gracias por todo Luisa.
    Seguiré tus escritos con gran interés.

    Un saludo.

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  11. hola Adelaida. jajajajajajajajajajaja.... aún estoy con la risa en la boca. Que cosas más divertidas nos presentas. Estoy escribiendo y mi sonrisa no quiere dejarme. Estoy esperando tu próxima historia. Espero que de tanto juego como la tabla de surf. Magnífico escrito y alegre. La sonrisa vuelve cuando leo tus escritos. Gracias.

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  12. Gracias a ti siempre Paco.

    Me alegro mucho de que te haya divertido y espero que lo siga haciendo en las próximas aventuras.

    Un beso.

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  13. En la mañana lo leí y ahora, en la siesta, me he dispuesto a hacerlo de nuevo y, si la primera vez me provocó risa, ésta segunda, no fué menos. Eres tremenda y, tremendo es ese Segundo!!!!. Qué arte y qué gracia tenéis los dos!!!.

    Un beso a ambos dos!!!.

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  14. Gracias Lola.
    ¡Tú sí que tienes arte, niña!

    Un beso y hasta la vista.

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  15. Me has echo reir y eso es bueno,regalas con tus comentarios una sonrisa,gracias amiga por compartir este blog.Con cariño Victoria

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  16. Hola Victoria.
    Bienvenida a mi blog.
    Estoy muy contenta de que hayas pasado por aquí y sobre todo me alegra que te haya gustado.

    Vuelve siempre que quieras. Para mí será un placer.

    Un abrazo.

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  17. ains....pues a ver si llega ese otro día y cuentas esa otra historia...me encanta leerte y tener a los eagles de fondo...Saludos

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  18. Gracias por sacarme unas cuantas carcajadas, sí carcajadas, no sonrisitas jejeje. Eres un crack.

    Besos.

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  19. Hola Antoñito.
    Gracias por tu visita y ojalá te guste la 3ª parte también.

    Hotel California me pareció una buena banda sonora como fondo para estas andanzas, pues antes tenía "Polvo en el viento" (de Kansas), pero lo sustituí porque es demasiado romántica para estos divertidos relatos.

    Me alegrará volver a verte por aquí.

    Un saludo.

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  20. Hola Ruth.
    Me encanta que te rías con estas historias verídicas.
    Es lo que pretendía al contarlas, que el que las lea pueda divertirse por unos momentos.

    Un beso.

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  21. Jajajaaaaaaaa...Vamos que los que fueron ese día a la playa tienen pa contar.
    Un beso.Laura

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  22. Los de la playa y toda mi familia, incluído mi marido, que cada vez que nos reunimos sale la misma historia y volvemos a reirnos recordándola.

    Gracias por tu comentario.

    Un beso.

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