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jueves, 4 de noviembre de 2010

Día Internacional de la Mujer Maltratada. "En el mar de las perdices" (4ª y última parte)

Begoña ya llevaba casi un mes ingresada. Su madre venía a visitarla sólo cuando los niños estaban en el colegio, pues ambas convinieron que sería mejor así. Tenían miedo de que su padre pudiera utilizarlos contra ella de algún modo, ahora que sabía del curso de la denuncia interpuesta.
          Una tarde bajamos a dar un paseo al jardincillo de la clínica. Hacía una temperatura estupenda y ella estaba mucho mejor, así que pensé que sería bueno que le diera el aire. Yo me sentía confundido: la compasión que experimenté al principio, ahora me parecía un sentimiento muy distinto. Ya no la visitaba porque estuviera desvalida, sino que ahora era yo quien necesitaba estar con ella. Me pasaba el día buscando un hueco para poder verla, y el día que libraba, iba al hospital igualmente y lo pasaba a su lado. Me enamoré sin darme cuenta.
- ¿Y qué sucedió el día que llegaste a urgencias, cuando te conocí? -me atreví por fin a preguntarle...
Mi madre estaba al corriente de todo y me había convencido de que me separase de él y me fuera a su casa con los niños. Yo al principio rechacé la idea, pero con cada nuevo insulto, con cada bofetada… me di cuenta de que era mi única salida. Cada día se hacía un poco más tarde y más difícil salir del pozo, y comprendí que debía darme prisa, así que aquella tarde le di un ultimátum: o cambiaba definitivamente o lo abandonaría.
Él reaccionó de forma extraña, pues al principio no le dio importancia a mis palabras y encendió la tele sin apenas escucharme. Yo, que estaba muy nerviosa temiendo su posible furia, me quedé atónita y no supe qué hacer. Supuse que estaba tan seguro de que yo le pertenecía, que no me creyó capaz realmente de hacer nada por mí misma.
Entonces entré en el cuarto de los niños y empecé a coger ropa apresuradamente. Ellos aguardaban en casa de la abuela, pues mamá y yo habíamos pensado que sería mejor que no estuvieran presentes cuando hablara con Guillermo. Después trasladé la maleta a mi habitación y me dispuse a echar allí algunas prendas mías. Quería terminar cuanto antes… ya vendría en otro momento a por el resto de cosas.
No lo oí entrar. Me empujó por la espalda y me tiró sobre la cama. Caí sobre la maleta abierta y ya todo fueron golpes, puñetazos y patadas sin tregua. Creí que me iba a matar. Sólo pude cerrar los ojos y esperar que acabara pronto.
De repente paró. No me atrevía a abrir los ojos y entonces escuché:
- No te atrevas nunca más a desafiarme. Ahora me voy, y cuando vuelva quiero que esté cada cosa en su sitio. Déjate de monsergas o será peor.
Luego sonó un portazo que hizo retumbar las paredes.
“¿Peor? Hoy estoy viva, pero si existe otro día peor será el de mi muerte”.
Me arrastré como pude hasta el teléfono y llamé a mi madre. Ella dejó a los niños con una vecina y me acompañó hasta el hospital en un taxi.
- ¿Y ahora qué va a pasar cuando salgas de aquí? – quise saber.
- No lo sé, Carlos. Tengo mucho miedo. Mi madre me ha dicho que han dictado una orden de alejamiento hasta que se celebre el juicio. Aquí estoy tranquila, pero cuando salga, ninguna orden podrá mantenerlo alejado de mí.
Begoña me miró a los ojos mientras me lo decía y noté como un estremecimiento de terror agitó su cuerpo. Después añadió:
- Estoy muy asustada, de verdad. La próxima vez que me encuentre a solas me matará.
En aquel momento no sé qué pasó, pero la sentí tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo que sin pensarlo la abracé.
- No volverás a estar sola si no quieres. Yo estaré contigo - le susurré  antes de besarla.
Ahí empezamos a vivir nuestra propia historia de amor. Nos habíamos enamorado sin darnos cuenta y ella reflejaba un brillo en sus ojos que la hacían más bella aún.
Durante los días sucesivos lo planeamos todo para cuando ella saliera del hospital. Se vendría a vivir a mi casa con los niños. Yo estaba dispuesto a darles todo el cariño que fuera capaz y entre nosotros no habría disputas por las labores de la casa, porque  yo no consentiría desigualdad en ese aspecto… ¡bastante acostumbrado estaba yo, viviendo solo, a hacer todos los trabajos domésticos!
No había sido tan feliz en mi vida y la iba a hacer feliz a ella: ¡estaba decidido!
Y llegó el día en que Begoña fue dada de alta. Yo parecía un niño con zapatos nuevos. Nos marchamos en mi coche y pasamos a recoger a sus hijos a casa de la abuela. La madre de Begoña ya estaba al corriente de lo nuestro y se mostró muy complacida. Para la mujer era tranquilizador saber que su hija estaría acompañada y protegida en aquellos momentos.
Así empezamos nuestra vida juntos. Estábamos dispuestos a zambullirnos en nuestro propio mar de perdices, conscientes de que nuestra felicidad y el respeto mutuo estaban por encima de todo.
Los pequeños se adaptaron muy bien a su nuevo hogar. Ella volvió a su trabajo y yo fui enviado de nuevo a mi puesto en Urgencias, que aunque era más estresante, también me concedía un día libre extra a la semana, con lo cual tenía más tiempo para estar con mi familia. ¡Sí, ”mi familia”, porque yo así lo sentía!
Begoña le dio un toque femenino a mi piso. Redecoró las paredes, puso cojines en los sillones y flores en las ventanas. Las mañanas que yo libraba hacía las labores de la casa y así podíamos ir a pasear o al cine cuando ella regresaba de su trabajo. Otras veces era Begoña la que se quedaba toda la tarde limpiando y cocinando para todos. Nos pasábamos horas frente a la tele viendo mi colección de películas antiguas, en las que ella descubrió una afición oculta hasta aquel momento.  Incluso planeamos unas vacaciones en la playa para el próximo verano. Todo era natural y compartido, todo era maravilloso hasta que…
          Una ambulancia del 061 llegó a la puerta de Urgencias. Nos transmitieron por radio que traían a un herido de arma blanca en estado crítico y que estuviésemos preparados. Unos minutos después la ambulancia llegó a la puerta, y mientras bajaban al paciente pude escuchar:
          -“Mujer, 24 años, múltiples heridas de arma blanca en cuello, tórax y abdomen. Necesita transfusión urgente”.
          En estos casos no hay un segundo que perder, así que fuimos a su encuentro de inmediato para empezar la asistencia camino del quirófano, y en cuanto me acerqué…
          ¡Era Begoña!
          Entonces alguien dijo “Es tarde, ha muerto”.
          No podía ser cierto. No era justo, ¡AHORA NO!
          Ahora que ella había empezado a vivir, ahora que estaba conociendo la felicidad, ahora que nos queríamos, ahora que…
          Su marido no estuvo dispuesto a dejarla ser libre.
          … Hoy me he sentado un rato a ver la tele. Echo de menos a Begoña. La alegría de mi casa se fue con ella y yo sigo preguntándome “¿por qué?”.
          En el Telediario vuelven a dar la cifra de mujeres víctimas de violencia de género. ¿Cuántas muertes más? ¿Cuándo acabará la injusticia de quien se piensa superior a una mujer?

 Adelaida Ortega Ruiz. Nueva Carteya, 2010.

9 comentarios:

  1. ¡Si no es para mí, no es para nadie! Frase que siempre está en la boca de de todos esos energúmenos que no tienen sentimiento, ni respeto por la vida de los demás, una bonita Historia, con un trágico final, que por desgracias es muy común en nuestra sociedad…Un saludo…TONY

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  2. ¡Hola Tony!

    Veo que ya has leído las 4 partes, muchas gracias por comentarlas.

    Entré al "Corral del Trapito" y vi que estabas de vacaciones. Me alegro de verte otra vez por aquí.

    Un abrazo.

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  3. Qué historia tan trágica Adelaida, la acabo de leer y me ha dejado muy mal sabor de boca.
    Y aunque me gustan los finales felices, son más escasos de lo que creemos. La realidad nos pone una vez más los pies en el suelo y tú lo has hecho con este fantástico relato.

    Un beso.

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  4. Desde que empecé a leer este relato siempre imaginé el triste final, un final al que ya estamos acostumbrado por desgracia, un gran saludo y no te hagas de rogar para próximas entradas,

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  5. Es trágica, pero dicen...
    que la realidad supera a la fantasía y muchas veces es verdad. Sólo hay que prestar oídos a las noticias.

    Un beso.

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  6. Gracias Mamé.
    Bueno... no es que me haga de rogar para las próximas entradas, sino que esto del blog ahora me lo tomo con más calma.

    Cuando me apetece escribo y en otras ocasiones dejo pasar periodos de descanso (aunque no descanso de escribir. Eso nunca).

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  7. Este es el triste final en la mayoría de los casos de violencia de género. No cabe esperanza.
    Yo he hablado con algunas mujeres maltratadas, y todo es un mundo viciado, viven en un ambiente enfermo, y cuando descubren que hay otros mundos posibles a parte de ese maltratador, las cosas se ponen muy feas.
    Está muy bien que se ponga un denuncia o mil, pero después qué? En casi todos los casos estas mujeres se ven solas, solas ante la muerte, eso es triste.

    Un abrazo.

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  8. Sí Encarni, tienes razón. Por mucho apoyo que tengan, a la hora de la verdad están solas y se está demostrando continuamente que en muchos casos acaban asesinadas, incluso después de haber rehecho su vida.
    Sin embargo algo tenemos que hacer. No nos podemos quedar impasibles ante esta situación.

    Un abrazo, amiga.

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  9. Gracias por compartir tu trabajo.
    Saludos
    Rosa

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