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jueves, 28 de octubre de 2010

Día Internacional de la Mujer Maltratada." En el mar de las perdices" (1ª parte)



El próximo 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Mujer Maltratada.


Hace unos días escuché en el Telediario que a estas alturas de año ya hemos superado la cifra de  mujeres asesinadas en 2009, a manos de sus parejas o ex parejas.


Empiezo hoy un relato sobre este duro tema, el cual iré desgranando poco a poco. Quiero con ello recordar una vez más la difícil situación por la que atraviesan muchas mujeres en pleno siglo XXI. 


La protagonista de esta historia podría ser una de esas muchas que ya denunciaron maltratos continuados y que su agresor tiene orden de alejamiento, o esas tantas más que callan y sufren en silencio por vergüenza o por dependencia económica.
 Ellas conviven con el miedo y la amenaza día a día.



En el mar de las perdices

Esta historia comienza donde otras terminan. ¿A quién no le quedó alguna vez una insatisfecha curiosidad al leer… “y fueron felices y comieron perdices”? ¿No os detuvisteis unos segundos pensando en cómo habría sido esa feliz vida de ensueño?
Mi madre siempre acababa los cuentos de ese modo, y yo, que aún era muy pequeño, no sé porqué pero me forjé la idea de que las perdices eran unos peces muy sabrosos y abundantes, y que las parejas de enamorados podían pescarlas con facilidad en cuanto se casaban.
Pues esta historia habla precisamente de ese momento en que ya acabó el romanticismo histriónico, las enfebrecidas palabras de amor, los deseos irrefrenables y la pasión desbocada del cuento, para comenzar esa otra fase en la que supuestamente culmina la felicidad, pero que curiosamente nunca se nos narra, tal vez porque no es muy lírico enfrentarse al día a día, a la convivencia fregando platos, a las noches meciendo a un niño que llora mientras, por lo general, su padre duerme… la rutina, las posibles discrepancias, los problemas cotidianos…
Conocí a Begoña cuando su vida nadaba en esas aguas plagadas de perdices. Atrás habían quedado todas aquellas promesas y las ilusiones de una existencia idílica junto a su príncipe azul, y pude sumergirme de lleno en esa otra parte que los relatos de amor nos ocultan.
Aquel día yo estaba a punto de terminar mi turno en el hospital. Sólo faltaba media hora para que otro enfermero cubriera mi puesto, cuando paró en la puerta de Urgencias un taxi. De él bajó una mujer mayor y a continuación ayudó a otra más joven a apearse. Enseguida acudió en su ayuda el celador de la puerta con una silla de ruedas.
Yo, que charlaba con la empleada del mostrador dejando correr los minutos para marcharme a casa, contemplé la escena con la irremediable indiferencia que conlleva el hábito. Sinceramente sólo pensé que aquel ingreso tal vez complicara el final de mi jornada.
En cuanto estuvo más cerca pude apreciar que la joven del taxi había sido víctima de una paliza. Su cara mostraba magulladuras de probables puñetazos, sus ojos comenzaban a hincharse, el color morado se asomaba ya a su piel, y ella empapaba con un pañuelo la sangre que brotaba por las comisuras de sus labios reventados.
La señora mayor quedó en el mostrador de admisión facilitando los datos de la paciente mientras yo pasé con ella a la consulta de la doctora López. Sólo pude escuchar que la chica se llamaba Begoña y que era su hija.
Tras el examen médico el diagnóstico arrojó dos costillas rotas, un brazo fracturado, contusiones diversas en tronco y cabeza, y hematomas y heridas en rostro y extremidades. Yo tomé su tensión arterial, limpié los cortes de su piel, vendé las heridas, cogí una vía sanguínea para el suero y le administré los compuestos prescritos. La doctora López tramitó su ingreso en el hospital y activó el protocolo legal de denuncia ante presuntas agresiones físicas.
En ese momento llegó mi compañero Paco para relevarme y yo salí de la sala dejando a la chica presa de un fuerte shock nervioso. Lloraba y pedía a la doctora que no tramitase ninguna denuncia. Sólo repetía “Por favor… usted no lo conoce. Si lo denuncio será peor…”
Al salir encontré junto a la puerta a la madre de Begoña. La mujer estaba muy preocupada y en cuanto me vio me preguntó por ella. Yo le dije que la iban a subir a planta y que si lo deseaba, podía pasar a acompañarla.
Después la señora murmuró entre dientes, como para sí, qué iba a suceder con los niños si se quedaba ingresada… pero yo me marché a casa intentando liberar mi mente de las cuestiones laborales.
Al día siguiente comencé mi turno a las 7 en punto de la mañana. Ese día me destinaron a la planta de traumatología para cubrir la baja por maternidad de una compañera ATS, así que dejé mi habitual puesto en Urgencias y me dirigí a mi nueva ubicación.
El trabajo en planta era más rutinario. Allí no había tantos sobresaltos ni actuaciones intempestivas como en Urgencias. Me tomaría esta suplencia como una temporada relajante lejos de las curas e intervenciones apremiantes.
Cogí la hoja de tratamientos y me dispuse a hacer la primera ronda de la mañana cambiando sueros y administrando los medicamentos de cada paciente. Encontré a Begoña en la habitación 304. Al principio no la reconocí, pues aún era temprano y entraba poca luz por la ventana. Después encendí un pequeño foco en la cabecera de la cama y de inmediato recordé su ingreso de la tarde anterior. Ahora su cara estaba completamente desfigurada por la hinchazón. Sus ojos se hallaban casi ocultos tras unos párpados morados e inflamados desmesuradamente. A lo largo de la noche los cortes de sus labios se habían convertido en costras sanguinolentas de terrible aspecto. Mirar su rostro era verdaderamente sobrecogedor.
Me dijo que le dolía mucho el pecho y le costaba respirar. Le contesté que se debía a la fractura de costillas y que era normal… Seguramente se iría aliviando con el tratamiento y el reposo absoluto. La pobre chica apenas podía ver y le resultaba complicado vocalizar con aquellos labios deshechos. Había pasado una noche terrible y su mayor preocupación era saber de sus hijos que, según esperaba, estarían al cuidado de su madre.
A pesar del estado emocional con el que llegó la tarde anterior, ella recordaba que yo había estado en su primera asistencia, y me preguntó si iba a seguir cuidándola. Yo le dije que sí y procuré tranquilizarla. Me preguntó mi nombre tratando de sonreír, pero de inmediato abortó el intento, pues aquella simple mueca le producía dolor.
- Carlos, me llamo Carlos, y tú… Begoña ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza y entonces fui yo quien le sonreí mientras me disponía a salir de la habitación.
          - Hasta luego Begoña, y pulsa el timbre siempre que necesites algo; yo vendré enseguida.
      La verdad es que me dio pena verla allí sola, sin poder moverse, con un brazo fracturado y con dificultad para comer, para abrir los ojos y hasta para hablar.

          La madre de Begoña vino a visitarla antes de media mañana. La vi entrar, pues la 304 estaba justo enfrente de la sala de enfermería.
          Poco después la señora se acercó al mostrador a solicitar ayuda. Algo iba mal con el “gota a gota”. 

Continuará....

9 comentarios:

  1. Después de cuatro meses sin ninguna noticia es agradable volver a saber de ti, por desgracia con un triste relato pero real como la vida misma. Me alegro mucho de tu vuelta un gran saludo, te has hecho esperar....

    Espero que cumplas y pronto sigas con esta dura entrada.

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  2. Ya estoy enganchada a la historia, espero que no tardes mucho con la segunda entrega.

    Un beso y bienvenida de nuevo.

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  3. Gusto leerte de nuevo Adelaida, aunque sea con un relato triste como este. Este es un tema que por circunstancias particulares me es por desgracia cercano... bueno por desgracia porque a una mujer le toco padecerlo, pero que nos sirvió a los dos para conocernos y llevar siete años juntos, como se suele decir para lo bueno y lo malo. Así que esperando la continuación me quedo.

    Un beso

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  4. ¡Ay carallo!, ya salió el temible "continuará"....¡quiero máaaaaaaaaaaaasssssssss!

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  5. Gracias a todos por darme la bienvenida. Ya he pasado por vuestros blogs y me ha gustado volver a leeros.
    José Enrique, hermano, tú no tienes blog, así que un beso desde aquí, y ahí va la segunda parte de la historia.

    Un abrazo a todos.

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  6. Me alegro volver a leerte, después de tanto tiempo, yo también he estado un tiempo fuera de juego, pero espero ponerme al día, y empezaré por esta historia, que como muchas otras, son portadas en todos los telediarios del país…Un saludo…TONY

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  7. Por fin te recuperamos y voy a empezar a leer este relato. Me recuerda a uno que me leiste hace casi un año... http://joseanbejarano.blogspot.com/2008/12/supuestamete-alba.html
    Una alegría volver a visitar tu blog que nunca olvidé...
    Un beso

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  8. Hola José Antonio.
    Echaría en falta que no lo leyeras.

    Un beso y yo tampoco te olvido.

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  9. Es indeseable

    tanto martirio a la mujer;
    cuando esta saca a flote su natural estima;
    el hombre más macho que persona,
    la vida le arrebata.

    Por romper las cadenas culturales,
    prepotentemente diseñadas por el hombre;
    negativamente potenciado,
    por las religiones todas.

    Que si no lleves tacones altos, u…
    el busto llamativo, o…
    no salgas a la calle sin el trapo en la cabeza.

    Por imperativo de justicia,
    desde hoy ¡ya!, quiero en la enseñanza toda;
    asignatura que combata tanto crimen.
    11 05 31

    Miguel Segovia Aparicio, Vélez Málaga, 1945

    Inauguración EXPOSICIÓN, el 25 de noviembre de 2011,
    ( día contra la Violencia doméstica )

    en la Biblioteca Central Metropolitana,
    TECLA SALA, L´Hospitalet, Barcelona
    En 2009 fue aquí
    http://avbellvitge.wordpress.com/2009/11/20/poemes-visuals-de-miguel-s-aparicio/

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