
En una fecha envuelta en un halo de misterio, ese lugar tenebroso que me daba tanto miedo, no era tal, pues había flores, llamas de luz por todas partes, y mucha gente arreglada como en fiesta que visitaba la ciudad de los
muertos.
Un día de los santos, hace aproximadamente 34 años (yo tendría 9), vestida de domingo fui a recoger a mi amiga Rosa Mari, y su padre nos preguntó si pensábamos subir al cementerio. Cuando le contestamos que sí, nos entregó sendas cajas de cerillas, y nos dijo que podíamos hacer algo bueno por los difuntos: prender las velas que se apagaran en las tumbas, ya que esas llamas eran oraciones por las almas, y debían permanecer encendidas.
Así pues, aquel día nos sentimos muy importantes. Habían confiado en nosotras al poner en nuestras manos algo prohibido para los niños: el fuego; nos habían otorgado una gran responsabilidad: cuidar las llamas de las plegarias, y como colofón, nos sentimos por primera vez solidarias con una labor espiritual que nos henchía el corazón.
Aquel 1 de Noviembre hacía mucho frío. El cementerio, situado en un alto desprotegido del pueblo, era paso obligado del viento. Las velas se apagaban continuamente, y mi amiga y yo llevamos a cabo una tarea titánica por todo el campo santo.
Colocábamos los ramos de flores que se volcaban, y en cada lápida, leíamos el año de nacimiento y el de defunción, imaginando hipotéticas historias de la vida y posibles causas de la muerte cuando ésta había sobrevenido tempranamente.
Recuerdo que estuvimos cuidando las velas hasta que entró la noche, y mi madre vino a buscarnos. Nos regañó por no haber bajado siquiera a merendar, pero no nos importó, porque el secreto orgullo de haber hecho algo bueno era nuestra mayor recompensa.
Esta fue una de esas vivencias que quedaron grabadas en mi memoria como algo con sabor especial.
Ahora, esa fecha no significa lo mismo, pues el tiempo y el dolor que provoca la muerte, nos dan una visión muy distinta de las cosas, pero a pesar de ello, cada año cuando llega el día de los santos, recuerdo complacida aquel 1 de Noviembre.
Adelaida Ortega Ruiz
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Menudo diíta, Adelaida.
ResponderEliminarTambién iba yo con mis amigas, incluso de noche ¡qué valor!, ahora no voy ni de día.
Besos.
Yo tampoco suelo ir Elena.
ResponderEliminarLas cosas han cambiado mucho... del misterio y el ansia por descubrir pasé a la pena, a la duda y a la obligada resignación.
Pero aquel día me divertí en un lugar donde después he llorado.
Besos para ti también.
Hola, Adelaida. Estos dias me dan pena y no subo. Iré con mi madre a lo normal: llevar las flores a mis seres queridos y punto. Tampoco me hace gracia el montón de flores que se coloca en estos días y el resto del año apenas les quitan las flores marchitas y secas.¿ No se merecen igual una flor los demás días del año?. Bueno, será así la cosa de las festividades. Un saludo muy cordial.
ResponderEliminarHola Adelaida .
ResponderEliminarRealmente es algo que deberiamos de asumir , al fin y al cabo va a ser el destino de todos , pero tal vez deseados que tarde lo máximo posible.Lo que tengo claro es que de noche nunca entraria al cementerio jaja no es que sea miedosa , pero seguro que veria cosas donde no las hay.
Mi padre hace poco mas de 1 año que falleció , vamos todas las semanas a verlo y llevarle un ramo de flores frescas , mi madre tardara todavia en asumirlo , estaban muy unidos.Ese dia será un poquito más especial.
Un fuerte abrazo y besitos!
Muy bonita la historia, los cementerios gallegos, que llenaban en mi infancia mis domingos de misa alrededor de la iglesia, siempre hacían que uno se fijase en las fechas, y pensase en historias.
ResponderEliminarme ha gustado mucho
Hola Paco. Como todo o casi todo en la vida, esto tiene su punto de hipocresía.
ResponderEliminarLa cantidad de carísimas flores que se llevan al cementerio en estas fechas, se hace pensando no en los muertos, sino en los vivos que puedan verlas.
Todos sabemos que es así. Los enterramentos se restauran, se pintan, se limpian y se adornan todos a la vez, dispuestos a pasar el examen de los vecinos. El resto del año, la inmensa mayoría acumulan polvo y hojas secas de los ramos que quedaron olvidados.
Un abrazo.
Vicki, a mí me pasa lo mismo... que el raciocinio me dice que le tema a los vivos y no a los muertos, pero seguro que vería cosas donde no las hay, y el miedo me lo acarrearía mi propia imaginación.
ResponderEliminarUn beso.
Así es Capitán, la mayoría de nosotros tenemos historias que contar sobre cementerios.
ResponderEliminarLa muerte convive invevitablemente con la vida.
Un saludo.
A mi éstos días me provocan tristeza, pienso en mis seres queridos ya desaparecidos y me deprimo bastante.
ResponderEliminarAún mi madre y alguna de mis hermanas (casi siempre la más pequeña) junto con mi tía, suelen limpiar y arreglar todo aquello en éstos días previos al Día de los Santos. Yo procuro darle de lado a la tarea si hay alguna que les pueda ayudar. Es un gran suplicio para mí y me cuesta mucho tener que ir allí. Tan solo suelo subir el Día de los Santos y, si por mí fuera, haría una entrada por salida, pero ya sabrás que de ir sola..., nada!!!, voy acompañada, mirando de reojo por todas partes y..., cualquiera se vuelve para atrás sola!!!.
Me pasa casi siempre que voy que cuando me dicen: "Vete a llenar de agua el jarrón"..., cualquiera vá sola y cualquiera se queda sola en el panteón!!!!. Me cago al chorreón!!!. Acompañada y con los ojos que se me quieren salir fuera de las órbitas!!!.
Y de día, eeeeh???. A mi de noche que no me busquen allí!!!!, ni de noche, ni cayendo el Sol!!!.
Un besito y a pasar éstos días como mejor podamos!.
Recuerdo que mis primeras nonas en el instituto consitían en escondernos en el Cementerio de Nª Sra de la Salud - guasita con el nombrecito- para leer nombres de pobrecitos de niños muertos ... disimulé siempre el yuyu que me daba ese jueguecito y la maestria de mi amiga Mari Carmen, que, yendo de un lado a otro, los tenía localizados a todos...uffffff... quita quita...
ResponderEliminarBesos de Todos los Santos.
Adelaida, de pequeña los cementerios me intrigaban, eso de la muerte no lo veía claro. Las flores, algunas marchitas, cierto olor, las gentes hablando en voz baja, algunas limpiando lápidas, mausoleos, y en algunas las fotos...esas imagenes eran de muertos y muertas, eso sí lo entendía.
ResponderEliminarLuego los epitáfios, las esculturas lánguidas, algunas maravillosos ángeles, o figuras inquietantes...velas parpadeando !qué misterio! ¿cuantas preguntas me hacía? Y solía, como dices, hacer un frío que me ponía las rodillas rojas.
Hoy, es otra cosa para mí el cementerio, te comprendo a tí y a los/as demás.
Bsitos, natalí
Lola, para todos son días difíciles, pero verás... más echo yo de menos a los que faltan en fechas como la Navidad...
ResponderEliminarEs mejor recordarlos vivos.
Saludos.
Tú sí que tienes valor, Ana.
ResponderEliminarEso de esconderse ahí no lo hacía yo ni dándome dinero encima, por mucho que el cementerio se llame Ntra Sra de la Salud.
Uuuuuuuuuu
Ni hablar!!
Besos para ti.
Hola Natalí.
ResponderEliminarA mí me intrigan de mayor más que de pequeña, porque en realidad las preguntas que me hago no son por el lugar, sino por la muerte en sí.
Son muchas las cosas que ignoramos, y sólo las averiguaremos cuando no podamos contárselas a nadie.
Sabemos cuando se extingue nuestro cuerpo, pero ¿Y nuestra alma?
Bueno, mejor no enredarse con ese tema porque habría opiniones para todos los gustos.
Un beso amiga.
Adelaida, tienes razón, ahora la vemos desde otra óptica, a la muerte.
ResponderEliminarPero añado un dicho andorrano, ves por donde:
"A la muerte todos llegamos vivos"
Creo en eso, bsito delicado y dedicado, natalí
Pues yo añado otro parecido de mi pueblo:
ResponderEliminar"Pa morirse no hay más que estar vivos"
Hasta luego.
Para mí hasta 1990, la fiesta de todos los santos significaba bullicio, ayudar con las flores que llevaríamos a nuestros antepasados que ni siquiera habíamos conocido, ayudar a mi abuela a preparar los dulces típicos, comérselos y eso. Pero a partir de 1991 tras la muerte de mi tío de 26 años en un accidente en la montaña, la cosa cambió drásticamente, aquel año fue día de difuntos prácticamente todo el año, en lo sucesivo empecé a aborrecer aquella fiesta porque sólo significaba el mayor motivo para que mi abuela se puesiera mal, para que la casa se llenara de sollozos, preguntas sin respuesta y llantos. Tampoco me hace falta un día difuntos para recordar tanto a mi abuelo que murió tres años después que mi tío, como mi tío.
ResponderEliminarBesos Adelaida, creo que me pasado un poco con el comentario, lo siento.
¡Qué palo, Ruth!
ResponderEliminarPues entonces te pasa algo parecido a mí, que de pequeña significaba algo muy distinto, y después, cuando sientes el dolor por una pérdida ya no le encuentras atractivo a esa fiesta.
Yo creo que sólo sirve para demostrar a los demás que no olvidaste a los que se fueron, y por eso se adorna todo, para lucir en el escaparate.
Es lo que ya dije antes... pura hipocresía.
El dolor íntimo no se alimenta de velas ni flores... sólo de lágrimas y recuerdos, en los cuales viven siempre aquellos que amamos.
Un abrazo, amiga.